Todos somos gourmet





Hace unas semanas, debutó en la TV argentina MasterChef, el reality de cocineros que es éxito mundial. Yo, que en la TV tengo tiempo sólo para mirar la hora y el pronóstico del tiempo, me quedé clavada frente al televisor un domingo hasta las 11.30 de la noche, mientras me repetía“mañana no me levanta nadie a las 6” y se lo repetía a mis hijos, sentados a mi lado al grito de “¡Mirá cómo los maltratan!” a los participantes (y demostrándome que, para ciertas cosas, mi autoridad es nula).
Este fenómeno televisivo se enmarca en otro global: todos somos gourmet. Y yo, claro, me siento una abanderada de la primera hora y con pergaminos, señores, que mi bisabuelo fue cocinero del rey de Italia en el Palacio Real de Caserta (y me aferro a creer que alguno de sus genes llegó hasta mí).
Como María Callas -salvando las enormes distancias-, colecciono miles de recetas que nunca haré (tengo libros de cocina repartidos en tres bibliotecas y sigo recortando recetas de las revistas). Pero varias, en el escaso tiempo libre que tengo, las he puesto en práctica. Solía hacer muy ricas galletitas, pero las eliminé ahora que tuvimos que ponernos saludables y la manteca y el azúcar son enemigos públicos. Me especializo en goulash con spätlze -hasta me he comprado el aparatito para hacer estos pequeños ñoquis húngaros- que los amigos de mi marido esperan ansiosos en cada cumpleaños. Humildemente, puedo decir que tengo talento para los risottos –como el que estoy mantecando en la foto– y las sopas crema, que mis hijos identifican con colores relacionados con personajes de TV. Mi repertorio más estudiado -que nutro de grandes chefs y de mis propios amigos también aficionados- se completa con tomates caramelizados, verduras a las brasas, blinis con salmón, empanadas de carne cortada a cuchillo, gyozas, y ahora estoy haciendo notables progresos con el sushi. En la pastelería, mis comodines para ganar cualquier partida son la tarta de manzanas con crumble y el tiramisú. Sé que debo aprender más sobre vinos, pero me defiendo bastante en el mundo de los tés. Y ahora estoy incursionando en los tragos: me vienen saliendo bien el pisco sour y el daiquiri de maracuyá.
En la Argentina, la movida gourmet crece exponencialmente, en especial en los centros urbanos. Todos sabemos de vinos, cafés, productos orgánicos, comida étnica, condimentos especiales… De a poco, Buenos Aires se va poblando -incluso en sus barrios- de negocios tan atractivos por su estética que invitan a entrar, comprar (y consumir), como chocolaterías, pastelerías, boulangeriesdelicatessen y casas de té, por mencionar algunos. Cada vez hay más eventos como semanas gastronómicas y mercados callejeros. Los foodies escriben y siguen blogs gastronómicos, y llevan la cocina a las redes. Tan fuerte es la tendencia que hasta se creó el Día del Gourmet, que se celebra el 14 de abril.
¿Qué ocurrió que de pronto la cocina pasó a ser fashion? La TV, con su oferta de canales exclusivos, descubrió un mercado que las empresas supieron explotar. Los cocineros se convirtieron en celebrities y, en consecuencia, en un modelo a imitar: una encuesta publicada en 2011 en el diario Clarín mostró que ya el 4% de los chicos de entre 7 a 14 años quieren ser chefs de grandes, casi el mismo porcentaje que los que sueñan convertirse en abogados. Y cierto conocimiento, por ejemplo sobre vinos, pasó a ser símbolo de prestigio en determinados ámbitos.
Pero creo que muchos de estos nuevos sibaritas se hicieron así porque descubrieron que la cocina puede ser un lugar de placer, de juego, de diversión. Donde explorar la creatividad y asumir los riesgos de romper las reglas. Para mí, es una terapia. Entre ollas y sartenes, frascos y utensilios, me siento como cuando en el jardín de infantes te desplegaban las cajas de crayones para dibujar. Me olvido de los problemas y la cabeza la ocupo en concentrarme en la receta, pensar qué condimento irá mejor, hasta dónde llega el punto, qué pasaría si pongo esto o saco aquello de lo que dice la indicación. Pero, además, la cocina es un acto de amor. Me llena de felicidad cuando mis hijos aplauden un plato que yo les sirvo, y más cuando insisten en ayudarme a cocinar. Anímense, vale la pena. No es tan difícil y si no saben por dónde empezar, prueben alguna de las tentadoras y sencillas ideas de Agustina M. Alcorta. Ustedes lo van a disfrutar y los suyos, seguro, a agradecer. Porque, como dice un proverbio búlgaro, “una mujer con el delantal puesto no tiene tiempo de ser mala”.



 Post en Disney Babble Latinoamérica

Adriana Santagati

Soy periodista desde hace 20 años y mamá desde hace 10. Edito en Clarín Sociedad, soy blogger en Disney Babble y escribo en Ciudad Nueva. En este blog recopilo noticias, consejos, experiencias y reflexiones sobre todo lo que nos atraviesa en nuestra vida cotidiana (y en especial en la maternidad/paternidad).

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